jueves, 21 de enero de 2016

Déjame entrar.

Todo estaba oscuro, la noche reinaba el bosque en el que me perdí desde hace un tiempo, casi una eternidad. En el cielo no había estrella alguna, o al menos, yo no las podía ver.
Hacía frío, cada vez más. Una capa de hielo y nieve había cubierto lo que antes era una tierra fértil, cubierta de plantas. Los árboles se habían congelado, tanto que parecían de cristal.

A veces, cuando recordaba lo que este gélido desierto fue tiempo atrás, mi vista se nublaba y se empapaban mis ojos. Acabé ciego, pues el frío había congelado mis lágrimas formando unas lentes de escarcha. 

Una vez, sumido en mi desesperación, comencé a correr. Las piedras de granizo me golpeaban y parecía que crecían más y más conforme pasaba el tiempo. Entonces, me encontraste.


Desperté en una cómoda cama desconocida y con tremendo dolor de cabeza. Había chocado con tu puerta esa noche y tú me habías recogido y sanado las heridas.

Aún con los ojos cerrados y envuelto en sábanas mantas escuché tu voz: « ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien? » Entonces acariciaste mi mejilla y apartaste mi cabello: «Estás a salvo. Vamos, abre los ojos. » Te intenté explicar que no serviría de nada abrirlos, era ciego, el frío hielo que cubría mis retinas me impedía ver. Me ofreciste una taza caliente y dijiste que estaba equivocado, que desde hace unos días las temperaturas parecían haber aumentado y quizás mis lentes ya se habrían derretido. Quise creerte, pero no podía, aquello era imposible, el mundo había llegado a su fin, tal y como predije, y no había vuelta atrás.
Entonces, trajiste un bol con agua caliente y una toalla limpia y me preguntaste si quería volver a ver, a lo que respondí SÍ rotundamente. Me advertiste de que me podría doler, pero si quería volver a ver la luz del día, esta era la mejor opción...

Tras largas sesiones de cura, llegó el momento. Cerraste todas las ventanas y apagaste todas las luces, me quitaste las vendas... « Si hay algún problema, no te preocupes, yo estoy aquí. » Lo pensé por un momento, tenía miedo de abrir los ojos y seguir ciego, pero finalmente me decidí.

Abrí los ojos, al principio, todo oscuro. Más tarde, formas, siluetas... Tonalidades oscuras. Encendiste una vela, ya podía ver algunos colores con mayor claridad, aún seguía todo oscuro. Encendiste las lámparas de aceite y entonces te vi.

Ahí estabas, hechizándome sin querer con sólo mirarme. « ¿Cómo te sientes? » Mejor que nunca, jamás había tenido tan agradable despertar. Al menos, no lo recuerdo.

Las ventanas, iluminadas por la luz del exterior, dejaban paso al amanecer, que se posaba levemente sobre la superficie de la habitación. La eterna y fría noche había cesado, y yo al fin había despertado.


El interior, aunque viejo y desgastado, me resultó sorprendentemente acogedor.

No solías recoger a extraños, el último que vino dejó todo patas arriba y no eras capaz de volver a ordenarlo todo tal y como estaba. No podías confiar en los extraños. Aún así, me ayudaste.
Y qué decir del miedo que tienes a salir de tu morada y salir a explorar ese lugar frío y oscuro más allá de la puerta, el exterior.
Dejaste que las zarzas crecieran alrededor de tu hogar para que impidieran la entrada del peligro, tanto que algunas se habían colado a través de las paredes y si tenías que apoyarte, te lastimaban. Tampoco quedaba ni rastro de las rosas.

Decidí ayudarte, no merecías vivir así. Tú me ayudaste antes así que ahora era mi turno de al menos, intentarlo. Al principio lo hacía mientras dormías, para no despertarte. Más tarde dejé que vieras cómo intentaba reparar lo roto y ordenar lo que quedaba.

Encontré muchos trastos, cachivaches, todo tipo de objetos enterrados, escondidos, o tirados de cualquier manera. Al principio no supe qué hacer con todo esto, no soy mecánico ni se me da bien reparar, pero lo hice lo mejor que pude y no salió tan mal.


Ya ha pasado un tiempo, amueblé la casa y logré despejar los muros de zarzas, dejando algunas rosas a la vista. Incluso tengo una habitación en tu hogar, un espacio sólo para mí que hiciste para que me quedara. 

Desde que ambos despertamos, las noches ya no son tan frías, a veces podemos ver las estrellas y si abrimos las ventanas sopla una leve brisa que nos invita a salir.
Lo llevo un tiempo pensando. Todo lo que queda aquí forma parte del pasado, habría que dejarlo ir, buscar un hogar al que podamos llamar nuestro. En las noches frías que nos pudiéramos encontrar en el camino, podríamos apretar nuestros cuerpos para calmar el deseo que sienten de abrazarse, y a cambio, nos proporcionarían el calor que necesitamos para seguir adelante.
Pero aún te aferras a él... Aún no estás preparada, no eres capaz de salir ahí fuera y combatir el miedo que te da no encontrar nada, perderte y no poder volver... Y lo entiendo.
Está bien, no importa, aquí no se está tan mal, no me molesta ser un inquilino sin alquiler en un hogar no extraño, pero tampoco suyo.


Hace tiempo me regalaste la llave que abre tu pecho, donde se encuentra una caja difícil de arreglar, y lo más valioso que conservas. La verdad es que no soy un experto, pero juraría que una caja tan grande pudiera caber en un cuerpo tan pequeño y frágil como el tuyo.

He de ir con cuidado, si cometo un fallo puedo causar un destrozo irreparable... Pero por ahora, todo va bien. Conseguí extraer la escarcha que residía en la superficie de tu caja y conseguí hacer que los engranajes volvieran a funcionar, pero algo se me escapaba.

Ah, por cierto... Te he visto llover. Caer y deslizarte por el suelo, evaporarte con el calor que aún emana de ti y esconderte en esa caja tuya...Pero al abrirla, no te encontraba allí. Finalmente lo descubrí.

Se trata de una zona a la que aún no puedo llegar, donde se esconde todo aquello que, de ser reparado te permitiría salir sin miedo a ser congelado.
Sé que no soy mecánico ni relojero. No tengo ni idea de engranajes y el "Tic Tac" que suena cuando escucho dentro de ti; pero hace tiempo que quiero enseñarte la primavera, y para ello necesito pedirte un favor.

Estoy seguro de que dentro de tu cajita hay engranajes sueltos que me quedan por descubrir y reparar, y que la mayoría de ellos se encuentran donde aún no puedo entrar.

Estoy seguro de que podría fabricar unas alas para ti y para mí, con las que volar lejos de aquí y buscar un hogar. Quiero que dejes de ser inalcanzable, que dejes de llover y de evaporarte.
Necesito arreglarte y es por eso que te pido que me des el poder de destruir y arreglarlo todo. Tener acceso a la parte más recóndita y delicada de ti, poder reparar o destrozarlo todo con una simple vuelta de tuerca. Sólo tienes que confiar en que todo va a ir bien, porque te lo he prometido. Sólo puedo arreglarte si dejas todo en mis manos. Por eso, te lo pido una vez más: Por favor...

Déjame entrar.